El cuento infantil carece de lógica, pero esa no es una condición del género.
La realidad, sin embargo, se sostiene en ella y debe tener obligatoriamente un fundamento para hacerla entendible.
Que policías y fiscales se reúnan en formación totémica alrededor de una camioneta a la que denominan “caperucita roja” es demasiado para la realidad aunque probablemente muy rica para la fábula.
¿Qué pretendían hacer? Eso escapa a cualquier explicación porque finalmente la camioneta tiene escasa responsabilidad en lo que hicieron sus conductores y acompañantes a no ser que se la quiera dar un valor fetichista con el que espantar los siempre vigentes vientos del stronismo.
Con ese mismo criterio deberían ubicar las guachas, pinzas y otros enseres con los que los torturadores atormentaban y mataban a sus víctimas. Pero la culpa no la tiene el instrumento, sino quien lo utiliza. Es sencillo... pero no tanto.
En el Paraguay de las anécdotas, esta quedará como una de ellas. La Justicia acorralando una camioneta y buscando a su dueño para ver qué relación tuvo con los miedos y tormentos que llevaron consigo como acompañantes los viajeros de sus tiempos tormentosos.
Mientras, hemos dejado pasar la oportunidad de expropiar las propiedades de los stronistas y hacer de la venta de ellas el activo con el cual pagar a sus víctimas; el espectáculo se centra en una cuestión poco menos que absurda.
Mientras aumenta el número de víctimas de la dictadura como viudas de excombatientes, la razón central de la dictadura sigue vigente. Los temas centrales del periodo autoritario ya no se tocan ni se hablan y con esta recreación del cuento de Caperucita roja, créanme que lo único que hacen es legitimar lo que pasó.
Degradamos el relato del autoritarismo a la anécdota sin sentido ni consideración. El problema no es con los instrumentos, sino con quienes lo usaron para violar derechos humanos.
La culpa no es de la camioneta, sino de quienes la condujeron para secuestrar, torturar o matar.
En el antiguo texto nacional que siempre incluye el relato baladí o intrascendente con el que se reduce a anécdota todo lo importante, debería incluirse esta parte del cuento de Caperucita roja.
Nadie habla de los lobos que siguen sueltos y menos de la abuela que espera; total, lo que importa es convertir el discurso de la dictadura en cuestiones sin trascendencia ni impacto.
Aquí en Ocotlán han matado a nueve y herido a otros seis el jueves pasado.
La noticia ha sido superada en importancia por los kilos de más de Luis Miguel.
Mientras lo banal, intrascendente y sin importancia supere a lo que importa, seguiremos con el espectáculo diluyente de una democracia que se sigue comiendo todas las caperucitas mientras la mayoría canta a coro: "... el lobo no está...”.