24 abr. 2024

Candiles de apepú: El rescate de una tradición perdida

Ya casi nadie sabía cómo fabricar luminarias con frutas de apepú en Tañarandy cuando Koki Ruiz inició el rescate, hurgando en la memoria de las últimas abuelas. Hoy los niños de la comunidad saben elaborar esta luz antigua, que se volvió símbolo de la Semana Santa misionera.

Por Andrés Colmán Gutiérrez
TAÑARANDY, San Ignacio, Misiones

Fotos: Joel Oviedo y Andrés Colmán

Basta mostrar la foto de un candil hecho con fruta de apepú para que las personas lo relacionen en seguida con la Semana Santa de Tañarandy. El primitivo elemento luminoso, que los pobladores campesinos utilizaban como artesanal lámpara doméstica desde la época de la colonia antes de la electricidad y de los veladores a gas o a queroseno, se ha vuelto el principal símbolo de la llamada “procesión de las luces”, en la pequeña aldea rural, próxima a San Ignacio, Misiones, a 226 kilómetros al Sur de Asunción, que este Viernes Santo convocará nuevamente a más de 20.000 personas.

La elaboración de los candiles tiene su arte y su historia, destaca el artista plástico Koki Ruiz, principal impulsor de esta iniciativa. “Yo recordaba que en mi niñez había asistido a una primera celebración de Semana Santa, con la luz de los candiles de apepu, que me pareció una experiencia mágica, pero cuando en 1992 quise iniciar con los pobladores esta experiencia artística, la tradición ya se había perdido, casi nadie sabía cómo hacer los candiles”, relata Koki.

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El candil de apepú encendido se ha convertido en el símbolo de la Semana Santa en Tañarandy.

El pintor empezó a buscar a quien conociera la técnica de elaboración de las luminarias de apepú, y encontró a unas mujeres ancianas, de la familia Coronel, que aún lo recordaban. Estas abuelas fueron las que, rescatando la práctica desde su propia memoria, se encargaron de enseñar a las nuevas generaciones.

Actualmente, no hay un niño en Tañarandy que no sepa cómo se elaboran y casi todos los pobladores de la comunidad participan en la fabricación de las más de 20.000 luminarias que desde el atardecer se encenderán a lo largo de los casi tres kilómetros de la calle principal del pueblo, convirtiendo al llamado Yvága rape (camino al cielo) en un camino de fuego.

La fruta que se convierte en luz

En el amplio patio de la familia Bordón, casi frente a la capilla de Tañarandy, se van extendiendo parte de los miles de candiles que iluminarán la noche del Viernes Santo, al paso de la procesión de la Virgen de los Dolores.

Junto con su esposa Angelina y casi todos los miembros de su familia, incluyendo a sus pequeños nietos Richard (9) y Walter (8), De los Santos Bordón dirige el proceso de elaboración de las luminarias.

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El sebo derretido se vierte dentro de la cáscara de media fruta, ya con la mecha lista.

“Yo tampoco sabía cómo se hace, tuve que aprender de las abuelas, junto con Koki Ruiz. Ahora ya me convertí en un experto fabricante de candiles”, dice De los Santos.

El proceso se inicia con la búsqueda de las frutas. El apepú o naranja hái (nombre científico: Citrus aurantium L.) es un árbol cítrico silvestre que crece con abundancia en Tañarandy y en toda la región. “Varias semanas antes de la Semana Santa empezamos a cortar las frutas, cuando todavía están verdes, y las traemos en bolsas a las casas, donde entre varios vecinos compartimos la tarea de fabricar los candiles”, relata De los Santos.

La fruta es cortada en dos, con un cuchillo. Luego se le extrae totalmente la pulpa, con una cuchara, dejando solo la corteza, como un cuenco vegetal. En el medio se le fija un trozo de unos quince centímetros de piolín de ferretería, con una base de arcilla, que servirá como mecha.

Paralelamente, en enormes ollas o cacerolas se ponen a derretir sobre el fogón grandes cantidades de sebo o grasa de vaca, que cuando se convierten al estado líquido, son vertidos con una pava dentro de los cuencos de apepú, hasta casi el borde, dejando que el extremo del piolín sobresalga unos cinco centímetros. Una vez que la grasa se enfría y se solidifica, ya está listo el candil de apepú.

“Empezamos a distribuir los candiles a lo largo del Yvága rape, desde la capilla hasta el local de la Fundación La Barraca, a eso de las tres de la tarde del Viernes Santo, en largas filas. Cuando cae el sol, empezamos a encender algunos, y luego los propios visitantes se encargan de ir encendiendo los demás, pasando el fuego de un candil a otro, hasta que muy pronto los casi 20.000 quedan encendidos”, describe De los Santos.

El fuego de cada candil dura aproximadamente entre tres a cuatro horas. Los niños son los que más se divierten encendiéndolos. “Es como sentir que se tiene el fuego en las manos”, destaca Irina Rolón, una niña de 9 años, que ha llegado con su familia desde Asunción, por tercer año consecutivo, y solo aguarda el momento de poder encender los candiles bajo la penumbra mágica del atardecer.

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