19 abr. 2024

Busquemos a Noé

Va con onda

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La experiencia nos dice que si Noé era paraguayo se hubiera ahogado con él hasta el último animalito. Y es que no importa cuántas veces nos digan que viene un diluvio, hasta que no tengamos el agua al cuello no movemos un dedo.

La última muestra (que, por supuesto, no será la última) la tenemos en ANDE. Desde hace años vengo escuchando a sus técnicos advertir que la red de distribución está sobrepasada, que no tiene capacidad para repartir la cantidad de energía que los usuarios consumen y que esa sobrecarga terminará por colapsar el sistema.

Bueno, finalmente está pasando.

El escenario resulta más fácil de entender si imaginamos que ANDE en vez de energía reparte agua. Sabemos que no es lo mismo traer agua para tres millones de consumidores que para siete millones. Si la traíamos desde la fuente con caños para mil litros y la demanda pasó a ser de cinco mil litros, solo nos queda construir una cañería más grande, prorratear el agua entre los consumidores o arriesgarnos a reventar el caño por la presión.

Se optó por hacer un caño más grande, la famosa línea de 500 kV.

Eso solucionó solo parte del problema. Obviamente, no se puede llevar el agua a las casas usando la misma cañería gigante, ahogaríamos a los usuarios. El agua se fracciona en unos reservorios de gran y mediano porte (las estaciones y subestaciones) y de allí va por caños más pequeños hasta pequeños reservorios (los transformadores), desde donde el agua llega finalmente a las casas a través de unas mangueras (que están más viejas que Noé, por cierto).

Pero pasó que al aumentar la cantidad de hogares que reciben agua y, sobre todo, el volumen de agua que demanda cada hogar, el total que debe repartir cada reservorio superó ampliamente su capacidad de contención. Así, solo pueden entregar menos agua a cada transformador o arriesgarse a reventar. La única forma de impedirlo es construyendo nuevos reservorios desde donde fraccionar el agua.

Obviamente, nadie quiere esos reservorios de electricidad cerca de su casa, por lo que imponer su construcción es tremendamente impopular y engorroso. Así que para evitar conflictos y como no era su problema, los municipios sencillamente no los autorizaron.

Y ahora está pasando lo que inexorablemente tenía que pasar, el diluvio anunciado; los reservorios están reventando. Y para peor, cada vez que revienta uno “redireccionan” hacia otros reservorios, arriesgándose a que corran la misma suerte. Es lo que pasó con Lambaré y San Lorenzo.

Todos sabían que iba a pasar, pero nadie se animó a enfrentar el kilombo que suponía evitarlo. Hablar de culpas es entrar en un laberinto burocrático interminable. La cuestión es que hay que construir esos reservorios y hacerlos donde técnicamente se tienen que hacer y ya.

Afuera sigue lloviendo...