En esa fatídica fecha, el 2 de mayo de 2002, las FARC, que libraban una batalla con las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) por el control territorial, lanzaron un explosivo que hizo blanco en una iglesia católica en donde se refugiaban los lugareños.
Tras la explosión se pudieron contar 79 personas muertas, entre ellas 48 niños, y más de cien heridos, en la que es considerada la peor masacre cometida por las FARC en más de medio siglo de existencia.
Por ese hecho, el grupo guerrillero ha pedido dos veces a la población “perdón infinito”, una de ellas en septiembre del año pasado en voz del número dos de esa organización, Luciano Marín Arango, alias “Iván Márquez”.
El Gobierno colombiano y las FARC firmaron un acuerdo de paz por medio del cual sus integrantes hoy están en tránsito hacia la desmovilización y concentrados en 26 lugares del país.
“Este día se vive con tristeza, es muy duro para los que estuvieron y para los que no. A mi marido se le murió toda la familia, su mujer y sus cinco hijos. La gente tiene muy presente lo que pasó aquí”, explicó a Efe Yarley Moya, habitante de la localidad.
Otra persona que no puede olvidar lo sucedido es la antigua profesora del municipio, Elisabeth Lucero, quien iba de camino al templo cuando ocurrió la explosión que se llevó por delante decenas de vidas, entre ellos media docena de sus alumnos.
“Cada año viene más gente a las conmemoraciones de la tragedia pero aún hay mucha gente que ni quiere hablar de ello, pero hay que dejarles que hagan su proceso, cada uno a su ritmo”, explicó la mujer en medio de una travesía que hizo la comunidad, a manera de conmemoración, por el río Atrato llevando al antiguo Cristo de Bojayá, también mutilado en la explosión en el templo.
Las mujeres lideran y protagonizan los rituales para recordar la masacre, y entre ellas destacan las alabadoras, que con sus voces desgarradas entonan ritmos cristianos con ascendencias africanas que apelan a los caídos en la tragedia, muchos de ellos hijos y maridos suyos.
La noche de este lunes una marcha de antorchas recorrió las calles del nuevo Bojayá, el antiguo fue abandonado por sus habitantes poco después de la masacre, en el que humildes casas de madera y lata se entremezclan con las tumbas de los fallecidos, dibujando un paisaje en el que el recuerdo de los que ya no están sigue siempre presente.
“Las víctimas de Colombia no se borran de mi memoria. A un cordero sin mancillar, en Bojayá lo condenaron”, cantan “a capela” las alabadoras entre los llantos de quienes perdieron a familiares y amigos en la masacre.
La mayoría de ellos dicen aceptar y agradecer las disculpas que la guerrilla ofreció hace dos años, pero todavía les es difícil olvidar un golpe tan duro como reciente.
El portavoz del Comité por los Derechos de la Víctimas de Bojayá, Jose de la Cruz, explicó a Efe que la comunidad lleva quince años “intentando levantarse y empezar de nuevo” luchando para vivir dignamente.
La comitiva conmemorativa termina su peregrinación en el antiguo Bojayá, hoy tomado por la maleza y la selva, que convierte la localidad en el suspiro de lo que un día fue.
Aquí, como en otras localidades de la zona, se realizará durante el mes de mayo una exhumación masiva de los fallecidos en la tragedia que permitirá identificarlos definitivamente y cerrar heridas que llevan lustros supurando.