La colega Brigitte Colmán publicó un artículo la semana pasada a propósito de la polémica que se desató en las redes sociales luego de que se diera a conocer la lista de los primeros 89 becados en las mejores universidades del mundo con dinero público.
Ella apuntó a un hecho irrefutable: la gran mayoría de los beneficiados no pertenece a familias pobres. O sea, terminó siendo una beca para hijos de la clase media y alta, con alguna que otra excepción (aunque en los casos de los becarios con recursos propios, el Estado solo les cubre una parte del costo).
El hecho en sí no invalida la importancia de este programa (que apunta a la excelencia en la educación), pero sí ratifica la vigencia de una realidad lacerante: la pésima calidad de la educación pública y su perversa consecuencia: el mantenimiento de clases sociales inamovibles en Paraguay, una suerte de castas.
Obviamente, el problema es del país, no de las becas. Estas becas son para cualquier joven paraguayo que logre ser admitido por una de las 350 mejores universidades del mundo. Y a esas casas de estudio no les importa si el postulante es hijo de la señora que limpia los baños en un shopping o el primogénito del propietario del lugar.
Lo único que les interesa es que reúna las condiciones para aprender, investigar, generar nuevos conocimientos y divulgarlos bajo sus altísimos parámetros de calidad, porque son precisamente esos resultados los que les permiten mantenerse en la cúspide del universo académico.
Ese fue el colador. Los que entraron son los que consiguieron ser admitidos en esas universidades. Y por supuesto, la mayoría de ellos pertenecen a familias de un mejor pasar económico o de una larga tradición académica o de la rarísima costumbre de la lectura, porque solo bajo esas condiciones es posible encontrar en Paraguay alguna vía extraordinaria que permita escapar de la aplastante mediocridad que nos agobia.
Salvo que un estudiante goce de ciertas condiciones excepcionales innatas o pertenezca a una de estas familias atípicas, es casi imposible que aprenda inglés, adquiera la disciplina necesaria para la investigación o el rigor del pensamiento científico en una escuela o colegio público, e incluso en la gran mayoría de las instituciones educativas privadas.
Y estamos hablando de las condiciones mínimas requeridas para pretender siquiera el ingreso a estas universidades de prestigio.
El problema pues no es tener becas que apunten a la excelencia en la educación, porque estas son absolutamente necesarias; el problema es que hasta ahora no enfrentamos el drama de nuestra educación pública como lo que realmente es, la causa principal de las desigualdades sociales.
En tanto el hijo de la mujer que limpia el baño del shopping no comparta la misma calidad de educación que el vástago del dueño del local esta seguirá siendo apenas una democracia feudal. Y no hay becas que nos salven de eso.