25 abr. 2024

Ayer y hoy: El pillaje de la política paraguaya

Por Blas Brítez – @Dedalus729

Diecisiete de los cincuenta y seis artículos que tiene la edición definitiva de El dolor paraguayo, de Rafael Barrett, fueron publicados en la misma revista. Fueron los artículos más combativos, aquellos por los que su autor fue denostado en la sociedad asuncena de principios del siglo XX, y por los que le costó que le cerraran las puertas en la prensa, que defendía intereses terratenientes.

Esa revista se llamó Rojo y Azul. Se publicó entre 1905 y 1913, mediante un periodista y político: Rufino A. Villalba.

Nacido en Caapucú en 1876, Villalba fue uno de esos acerados hombres de prensa en una época en que, a pesar de los vaivenes del autoritarismo y las asonadas, Asunción era un hervidero de ideas reflejadas en medios de comunicación impresos.

En 1911, Villalba publicó un folleto titulado Tipos y caracteres, en donde se dedicaba a retratar, no sin sentido de la ironía, a los políticos de la época (entre los que se encontraba él, quien en ese tiempo era diputado por el sector liberal), a los funcionarios públicos y su holgazanería legendaria, a los abusivos jefes políticos del interior del país, a los aduladores que orbitaban como moscas alrededor del poder, a los intelectuales con afán figurativo, a los infaltables “asesores” a los que llamaba “secuestradores políticos”, y también a los periodistas, entre los que había “reformadores y mártires; mercenarios y chantajistas; cronistas trágicos y sociales; polemistas y narradores; satíricos y humorísticos; conservadores y anarquistas; religiosos y usureros”.

En junio del año pasado, la nieta del escritor y político, Mara Raquel Villalba, reeditó el libro Tipos y caracteres, además de una edición facsimilar en dos tomos de Rojo y Azul. En el prólogo del primero, Manuel Domínguez se refería a su autor como un hombre que fue “menos afortunado que otros”, pero que “amaba el ensueño y estudió por su cuenta, a su manera, y moral e intelectualmente vale más que muchos bachilleres”.

Villalba llamaba “individuos de parada” a aquellos que se ufanaban de los lugares marginales que ocupaban en los pasillos del poder, pero que eran esencialmente mediocres y arribistas. Una caterva prebendaria de la que no nos hemos librado hasta hoy.

Hablaba de “una camada de pillos politiqueros que suelen secuestrar a los prepotentes e invadir las reparticiones públicas sin el propósito sano de cooperar con la realización de los fines permanentes de las instituciones patrias, la responsabilidad histórica que pesa sobre la presente generación: de reconstruir el Paraguay...”.

No sería ocioso recordar que toda generación, incluida la nuestra, tiene semejantes responsabilidades históricas.

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