También es lógico que la defendamos de todo aquello que le pueda hacer daño: lecturas (especialmente en épocas en que los errores están más difundidos), espectáculos que ensucian el corazón, provocaciones de la sociedad de consumo, programas de televisión que puedan dañar este tesoro que hemos recibido.
En todo tiempo hemos de fijarnos en Nuestra Señora, que vivió toda su existencia movida por la fe, pero especialmente en este tiempo de Adviento que es tiempo de espera, de esperanza segura, antes de que naciera el Mesías de su seno virginal.
Bienaventurada tú que has creído, le dice su prima Santa Isabel. Con la liturgia de la Iglesia rezamos: Dios y Señor nuestro, que en el parto de la Virgen has querido revelar al mundo entero el esplendor de tu gloria: asístenos con tu gracia, para que proclamemos con fe íntegra y celebremos con piedad sincera el misterio admirable de la encarnación de tu Hijo.
A propósito del evangelio de hoy, el papa Francisco dijo: “Cuando nosotros rezamos, pensamos a veces: ‘Pero, sí, yo digo esta necesidad, se lo digo al Señor una, dos, tres veces, pero no con mucha fuerza. Después me canso de pedirlo y me olvido de pedirlo”.
Estos gritaban y no se cansaban de gritar. Jesús nos dice: “Pedid”, pero también nos dice: “Llamad a la puerta”, y quien llama a la puerta, perturba, molesta.
Insistir hasta los límites de molestar, pero también con una certeza inquebrantable. Los ciegos del Evangelio son ejemplo: se sienten seguros al pedir salud al Señor. Y la oración tiene estas dos actitudes: es de necesidad y es segura.
Oración de necesidad siempre: la oración, cuando pedimos algo, es de necesidad: tengo esta necesidad, escúchame, Señor.
Pero también, cuando es verdadera, es segura: ¡Escúchame! Creo que tú puedes hacerlo porque tú lo has prometido”.
(Del libro, Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y http://es.catholic.net/op/articulos/10576/cat/504/y-se-les-abrieron-sus-ojos.html).