La liturgia de este domingo se centra en la virtud de la fe, en la primera lectura, el profeta Habacuc se lamenta ante el Señor del triunfo del mal, tanto en el pueblo castigado por medio del invasor, como por los mismos escándalos de este.
En la segunda lectura, San Pablo exhorta a Timoteo a mantenerse firme en la vocación recibida y a llenarse de fortaleza para proclamar la verdad sin respetos humanos: Aviva el fuego de la gracia de Dios...; porque Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio.
Existe una fe muerta, que no salva: es la fe sin obras, que se muestra en actos llevados a cabo a espaldas de la fe, en una falta de coherencia entre lo que se cree y lo que se vive. En ocasiones Jesús llama a los Apóstoles hombres de poca fe, pues no estaban a la altura de las circunstancias. También nosotros nos encontramos en ocasiones faltos de fe, como los Apóstoles, ante dificultades, carencia de medios... Tenemos necesidad de más fe.
–¡Dame, oh Jesús, esa fe, que de verdad deseo! Madre mía y Señora mía, María Santísima, ¡haz que yo crea!».
El papa Francisco al respecto del Evangelio de hoy dijo: “Jesús habla de este siervo que después de haber trabajado durante toda la jornada, una vez que llega a su casa, en lugar de descansar, debe aún servir a su señor.
Alguno de nosotros aconsejaría a este siervo que vaya a pedir algún consejo al sindicato, para ver cómo hacer con un patrón de este tipo. Pero Jesús dice:
-“No, el servicio es total”, porque Él ha hecho camino con esta actitud de servicio; Él es el siervo. Él se presenta como el siervo, aquel que ha venido a servir y no a ser servido: así lo dice, claramente. Y así, el Señor hace sentir a los apóstoles el camino de aquellos que han recibido la fe, aquella fe que hace milagros. Sí, esta fe hará milagros por el camino del servicio...
Un cristiano que recibe el don de la fe en el Bautismo, pero que no lleva adelante este don por el camino del servicio, se convierte en un cristiano sin fuerza, sin fecundidad. Y al final se convierte en un cristiano para sí mismo, para servirse a sí mismo. De modo que su vida es una vida triste, puesto que tantas cosas grandes del Señor son derrochadas.
El Señor nos dice que el servicio es único, porque no se puede servir a dos patrones: “O a Dios, o a las riquezas”. Nosotros podemos alejarnos de esta actitud de servicio, ante todo, por un poco de pereza. Y esta hace tibio el corazón, la pereza te vuelve cómodo.
La pereza nos aleja del servicio y nos lleva a la comodidad, al egoísmo. Tantos cristianos así... son buenos, van a misa, pero el servicio hasta acá... Y cuando digo servicio, digo todo: servicio a Dios en la adoración, en la oración, en las alabanzas; servicio al prójimo, cuando debo hacerlo; servicio hasta el final, porque Jesús en esto es fuerte:
“Así también ustedes, cuando habrán hecho todo aquello que les ha sido ordenado, ahora digan somos siervos inútiles. Servicio gratuito, sin pedir nada”.
Es bueno extractar lo dicho por el papa Francisco –que recomiendo sea leída in extenso– en la audiencia general del pasado miércoles en donde dijo: “Las palabras que Jesús pronuncia durante su pasión encuentran su culminación en el perdón”.
Jesús perdona: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34). No solo son palabras, porque se convierten en un acto concreto en el perdón ofrecido al «buen ladrón», que estaba junto a Él. San Lucas escribe sobre dos delincuentes crucificados con Jesús, los cuales se dirigen a Él con actitudes opuestas.
Jesús es verdaderamente el rostro de la misericordia del Padre. Y el buen ladrón le ha llamado por su nombre: «Jesús». Es una invocación breve, y todos nosotros podemos hacerla durante el día muchas veces: «Jesús». «Jesús», simplemente. Hacedla durante todo el día.
(Del libro Hablar con Dios, http://www.pildorasdefe.net).