Con 3 años, Matías mostraba cierta reticencia al contacto físico sobre todo cuando recibía los abrazos de sus abuelos y esa muestra de cariño provocaba en él llanto, al hablar no miraba a los ojos y lo hacía de una manera repetitiva y se obsesionaba con los mismos juguetes. Luego en la evaluación de la escuela donde iba al prejardín todos los puntos relacionados con lo social y la comunicación fueron “no logrados”. Esto despertó la atención de sus padres, Silvana Molina y Lucho Alvarenga. “Fue entonces que dijimos: ‘Acá hay un problema’”, recuerda Silvana e indica que ese fue el inicio de un largo peregrinar en busca de respuestas con especialistas.
Entre citas de neurólogos, psicólogos, fonoaudiólogos y pedidos de estudios de todo tipo durante mucho tiempo recibieron visiones diferentes. Silvana buscó información en internet con respecto a los síntomas y tanto fue el volumen de información que la confundaió.
“Me salían un montón de cosas y me confundía más que ayudarme, por eso siempre digo que internet es una herramienta útil pero de doble filo. Hay que saber utilizarla, sobre todo en estos casos”, afirma.
DIAGNÓSTICO. Luego de diez años llegaron al diagnóstico: Síndrome de Asperger, trastorno del espectro autista, con la neuróloga que lo sigue viendo hasta ahora.
“En todo este tiempo nos encontramos con profesionales que nos ayudaron a salir adelante y mostraban interés en que el chico avance y otros a los que solo les interesaba el dinero o gente con muy poco tacto que de entrada nos decían que nuestro hijo iba a ser siempre así, que no iba a cambiar y que no había nada que hacer. Eso nos dejó por el suelo. Afortunadamente, no les hicimos caso y seguimos en la búsqueda y encontramos profesionales más humanos”, destaca.
Matías siguió el jardín en una escuela normal y fue tres años a una especial, a la que iban niños con distintas dificultades. Luego se cambió a una escuela cerca de la casa con pocos alumnos, así como lo recomendó la neuróloga. “A partir de allí siguió en una escuela normal y este año termina la secundaria”, indica Silvana.
“No hay diferencia con otras mamás y otros hijos, quizá sí cuando era más chico. Muchos de los progresos o de lo que hicimos con Matías fue por intuición, tolerancia y paciencia. Es ir conociéndolo y ver la mejor manera para que él entienda y haga las cosas”, apunta.
De niño su hijo repetía lo que se le decía y sus padres buscaron la manera de que vaya incorporando a su lenguaje aprendiendo mecánicamente, que es como aprende la mayoría de las cosas.
“A ellos les cuesta mucho salir de la rutina como la hora de comer, el tipo de comida, se aferran a los horarios y la manera de hacer las cosas porque cuando se las cambiás si es bebé hace berrinche y de grande se enojan”, explica.
¿El futuro? Preocupa un poco, admite Silvana, pero así también asegura que se disfruta todos los días cada pequeño logro como algo enorme. “Si consigue aprender a dibujar o escribir lo hace de la mejor manera. Matías desarrolló la motricidad fina y dibuja una maravilla. Todo es paciencia diaria, si hay días de desánimo pasa y seguimos enfrentando los desafíos”, afirma.
Matías tiene 17 años, estudia batería desde hace 2 y la disciplina que lo caracteriza permitió que los 40 minutos iniciales de práctica solo en clases, resultaran en que hoy lea y toque música. “Son muy buenos en lo que hacen porque se concentran en eso, ponen toda su energía en lo que les gusta y lo hacen muy bien”, destaca.