Como cualquiera que sopesa el debe y el haber, un final de año nos envuelve en la misma lógica. El Paraguay sigue siendo un país de oportunidades y posibilidades... para algunos. Para la gran mayoría: no.
Nuestros niveles de educación se encuentran por el suelo. Nadie puede pretender un país mejor cuando más del 60 por ciento de los alumnos no terminan la primaria y solo un 5 por ciento ingresa a la universidad.
Los jóvenes están molestos por fin y esa es una buena noticia. La mejor que nos dejó este 2015. Saben que lo que tienen no alcanza ni sirve para labrarse un futuro. Ven un mundo muy hostil para quien desee marcharse del país, aunque creo firmemente que si pudiéramos sacar más paraguayos al mundo veríamos que cuando retornen vendrán con nuevas miradas y compromisos. Los de escasos recursos, para aprender a trabajar duro y responsablemente, y para los que más tienen, para que se den cuenta que no es suficiente el dinero ni el color del pelo en países donde te reclaman y exigen excelencia y no referencias familiares.
Estamos mal en material medioambiental. Nuestro país es cada vez más urbano, pero la dirigencia política es absolutamente primitiva y rural. Se nos reclaman cloacas, empedrados, agua corriente, luz, teléfonos, internet, viviendas... y les respondemos con placebos estructurales que se pierden con el primer temporal.
Somos un país precario. Y los fenómenos naturales golpean por igual al pobre como al rico. Mientras los que destruyen el hábitat pagan menos de 38 centavos de dólar la hectárea deforestada... no habrá solución. Mientras los que empujan a millones a vivir en ciudades no paguen impuestos, lo único seguro será el hacinamiento, la promiscuidad, el secuestro y el crimen. No hay otra salida.
Si nuestra burocracia es cada vez más costosa y cínica, que mientras el ministro de Hacienda pide más recursos, cobra al mismo tiempo su tercer aguinaldo, no habremos avanzado nada.
Ministro Peña: muestre usted en su salario y en los de Hacienda la austeridad que nos pide para que paguemos los impuestos que se requieren. Pésima calidad del gasto público en todo lo que toca el Estado.
No es un problema de plata; eso nos demostró el MOPC, que con 2.000 millones de dólares disponibles pulverizó la teoría de Keynes en dos años y medio.
No en balde se afirma que el Paraguay es el cementerio de las teorías.
El problema tampoco es el Congreso. Nunca un presidente tuvo legisladores tan dóciles y domesticados como los actuales, pero la agenda nacional no avanzó como se esperaba.
La justicia es funcional a todo, incluso a los juicios políticos. Los que están son iguales a los que vendrán; por lo tanto, para qué cambiarlos. Están atornillados y no hay fenómeno de El Niño que pueda contra ellos.
En el debe hay muchas cuestiones no resueltas y no es raro que a un concejal en Ciudad del Este lo llamen Kelembú, casi como la democracia política que tenemos, donde otro concejal se llama: Silicio. Solo que él lo tiene como nombre y varios aplicado en el cuerpo para sobrevivir como se pueda.
En el haber: la épica de los jóvenes de secundaria y de la universidad que deben elevar el listón y no contentarse con poco.
El 2016 nos permitirá ver si la zona de confort sigue siendo tan grande que pobres y ricos la ocupan de manera agradable y funcional.
En el arqueo de caja los números rojos superan a los negros.
Los países cambian solamente cuando la realidad que viven se vuelve insoportable.