25 abr. 2024

Argaña: A 16 años del magnicidio que tumbó a un Gobierno

Considerado el mayor crimen político de la era democrática, el asesinato del vicepresidente Luis María Argaña, el 23 de marzo de 1999, quedó sin ser debidamente investigado y sancionado por la Justicia. Se estableció quiénes lo mataron, pero no quién ordenó el magnicidio.

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La camioneta en que viajaba Argaña, poco después del atentado. Foto: Archivo ÚH

Por Andrés Colmán Gutiérrez| @andrescolman

La última llamada telefónica que el caudillo colorado Luis María Argaña hizo en la mañana del martes 23 de marzo de 1999, mientras se dirigía en su camioneta Nissan Patrol, color rojo, hasta la sede de la Vicepresidencia, fue al teléfono celular de su hijo Jesús, pero no consiguió comunicarse.

“El celular de mi hermano estaba apagado. Mi padre dejó registrado un mensaje donde se interesaba por una dolencia que padecía su hijo en la columna vertebral. Poco después, se produjo el atentado...”, revela el arquitecto Félix Argaña, hijo del asesinado líder político.

Ese solo registro de la llamada telefónica debería ser evidencia suficiente para demostrar que Argaña sí estaba vivo cuando tres hombres le cerraron el paso y lo acribillaron a él y a sus acompañantes -el chofer Víctor Barrios Rey y su custodio asignado, el suboficial de Policía Francisco Barrios González-, pero en el Paraguay la realidad nunca parece ser la que es.

Alrededor de las 8.35 de la mañana de ese martes 23, al tomar la calle Diagonal Molas, a unos 40 metros antes de alcanzar Venezuela, un auto Fiat Tempra, de color verde oscuro, le cerró el paso a la camioneta de Argaña.

Dos hombres descendieron del interior, mientras un tercero permanecía al volante, con el vehículo en marcha. Algunos testigos mencionan a un cuarto hombre. El primero portaba una escopeta calibre 12. El otro llevaba armas cortas y granadas de mano. Ambos tenían el pelo corto e iban vestidos con ropas militares.

“Eran uniformes para para’i, tenían camisas de mangas largas, desprendidas, tenían la remera larga debajo, botas, cinturón verde, las granadas de mano colgaban de su cintura. Eso me llamó la atención, la forma en que se bajaron, porque se bajaron rápido y ya corrieron hacia la camioneta y comenzaron a disparar los dos...”, declaró Aurelio Argüello Enríquez, copropietario de una carpintería en el lugar, ante la Comisión Bicameral de Investigación.

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El que llevaba la escopeta se colocó enfrente, levantó el arma y apuntó al parabrisas. Los perdigones atravesaron el vidrio y parte del fuselaje del capó, dejando varios agujeros, pero el parabrisas permaneció entero.

El otro atacante disparó con la pistola automática. Los proyectiles impactaron de lleno en el cuerpo del guardaespaldas Francisco Barrios González, quien pudo extraer su arma pero ya no alcanzó a contraatacar. El chofer Barrios Rey resultó herido en el rostro, pero no perdió el sentido.

"¡Agáchense, hay que salir de acá...!”, gritó Argaña desde el asiento trasero, según relató el chofer Barrios, quien reaccionó poniendo la palanca de cambios en reversa y oprimió el acelerador. La camioneta retrocedió algunos metros a gran velocidad, giró en forma lateral y se incrustó contra la muralla de una casa vecina, quedando varada.

El chofer abrió la portezuela y echó a correr hacia atrás, metiéndose al patio de una vivienda vecina.

El segundo atacante se aproximó a la ventanilla trasera, que ya estaba rota. Según se detalla en la reconstrucción, el sicario metió la mano con un revólver 38 por el agujero de la ventanilla y apuntó al cuerpo. Argaña levantó el brazo como para intentar proteger su rostro. La primera bala lo golpeó en el antebrazo. Otros dos proyectiles le alcanzaron en el pecho. El vicepresidente cayó tendido sobre el asiento. Allí recibió el cuarto y último disparo, la bala mortal que le ingresó en la espalda, le destrozó un riñón y llegó hasta el corazón.

El último gran caudillo colorado

Nacido en Asunción, el 9 de octubre de 1932, Luis María del Corazón de Jesús Argaña Ferraro pertenecía a una familia de tradicional linaje político colorado, que lo motivó a participar desde muy joven en actividades relacionadas al partido, llevándolo a afiliarse a la ANR a los 13 años de edad. Su abuelo, Jaime Argaña, fue uno de los fundadores del partido. Su padre, Luis Andrés Argaña, fue dos veces ministro, durante los gobiernos de Félix Paiva e Higinio Morínigo.

Luis María, conocido también por su apodo “Lilo”, tuvo una participación activa como estafeta o mensajero en la Guerra Civil de 1947, en las filas de quienes defendían al régimen colorado, según destaca Osvaldo Bergonzi en su libro Magnicidio en la Diagonal.

Argaña cursó sus estudios universitarios en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Asunción y egresó como abogado en 1954, recibiendo el doctorado Summa Cum Laude cuatro años después. Pasó a ser conocido como uno de los más eminentes juristas del país y un calificado docente del derecho, a quien sus alumnos y seguidores llamaban con admiración “el Doctor” o “el Profesor”.

Lilo hizo una meteórica carrera durante la dictadura de Stroessner. Fue diputado, convencional en la redacción de la Constitución Nacional de 1967, donde se desempeñó como secretario de la Convención, luego miembro del Consejo de la Itaipú Binacional, vicepresidente de la Cámara de Diputados, presidente de la Asociación Nacional Republicana y presidente de la Corte Suprema de Justicia.

En esa época, las víctimas de la dictadura stronista lo acusan de haber negado numerosos pedidos de hábeas corpus a presos políticos, torturados y desaparecidos. También se le reprochan numerosas violaciones de derechos civiles, como haber avalado la arbitraria clausura del diario ABC Color, ocurrida el 22 de marzo de 1984.

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El distanciamiento de Argaña con parte de la cúpula de la dictadura stronista se inició en la convención del Partido Colorado de 1984. Allí, un grupo interno conformado por miembros del entorno más inmediato del dictador, que se hacían llamar a sí mismos: “Colorados combatientes stronistas”, también conocidos como los “militantes”, buscaron desplazar a la vieja guardia del partido, los que serían conocidos como los “tradicionalistas”, liderados por el veterano caudillo Juan Ramón Chávez.

La presunta división generacional -que en realidad era una disputa por el control del poder- se consumó en la convención colorada del 1 de agosto de 1987, cuando los “militantes” tomaron por la fuerza el local del partido e impidieron el ingreso de los “tradicionalistas”.

Argaña inició entonces una solapada campaña, embanderándose en la necesidad de recomposición institucional del partido, destilando críticas a los “militantes”, aunque se cuidaba de no expresarlas abiertamente contra Stroessner.

Se ocupó de ir filtrando la idea de un necesario cambio de gobierno con frases simbólicas, muy a su estilo, como la que pronunció durante un acto partidario en Coronel Oviedo, en diciembre de 1988, cuando exclamó: “Siempre habrá un 13 de enero”. Evocaba el evento histórico del 13 de enero de 1947, cuando un golpe militar dirigido por la Caballería devolvió el poder al coloradismo, tras una desgarrada coalición política formada por varios partidos, incluyendo al Partido Comunista. El mensaje de Argaña estaba implícito: solo un nuevo golpe podía traer de vuelta al poder al “verdadero Partido Colorado”, desplazado por los militantes stronistas.

El “13 de enero” llegó en realidad con un poco de atraso, en la noche del 2 y 3 de febrero de 1989, cuando el propio consuegro de Stroessner, el general Andrés Rodríguez, entonces comandante del Primer Cuerpo de Ejército, encabezó el alzamiento militar que derrocó al dictador. En su proclama, en la que explicaba las razones por las que produjo el golpe, Rodríguez incluyó de forma explícita: “Por la unificación plena y total del coloradismo en el Gobierno...”.

Tal como lo relatan Roberto Paredes y Liz Varela en su libro Los Carlos, Historia del derrocamiento de Alfredo Stroessner, Luis María Argaña se había sumado a la conspiración preparatoria del golpe de Estado ya en el segundo semestre de 1986, como uno de los principales líderes civiles del alzamiento. Según ambos autores, en diciembre de 1988, Argaña le dijo al general sedicioso: “Mirá Rodríguez, hacete cargo vos del Gobierno, que yo me hago cargo del Partido Colorado. Manejar el país no va a ser tan difícil como manejar el partido”.

Tras el derrocamiento de la dictadura, varios analistas especularon con que Argaña sería el candidato del Partido Colorado a la presidencia de la República, en las elecciones convocada para el 1 de mayo de 1989, pero el propio Lilo se apuró en aclarar: “No, el candidato será el general Andrés Rodríguez, quien es el héroe que nos trajo la democracia. Yo voy a ser solamente un colaborador...”.

Argaña fue designado canciller del primer gobierno de la transición. Osvaldo Bergonzi asegura en su libro Magnicidio en la Diagonal, que Argaña había recibido la promesa de Rodríguez de que él sería el candidato a presidente, con el respaldo del jefe militar, pero que luego hubo un sorpresivo cambio de planes. (Rodríguez) "...se desentiende de su palabra empeñada y se autoproclama él para el cargo, pero para no quedar mal frente a su canciller y puntal de su gobierno, prorroga su ofrecimiento de respaldo para el siguiente periodo constitucional, 1993-1998", relata.

El general Rodríguez ganó las elecciones de mayo de 1989 con el 74,9% de los votos, contra el 20,3% de Domingo Laíno, del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA). Además, el Partido colorado conquistó las dos terceras partes de las bancadas en ambas cámaras del Congreso.

Durante el gobierno de Rodríguez, Argaña se ocupó de desarrollar su propio proyecto político, buscando convertirse en el sucesor natural en las elecciones siguientes. Pero había exponentes de otro sector, principalmente ligados a la cúpula militar que protagonizó el golpe, que empezaron a acaparar rápidamente gran parte de los negocios legales e ilegales que arrebataron a los ex jerarcas stronistas, y que no tenían la menor intención de dejar que el caudillo colorado se apodere de tan suculenta tajada.

Oviedo, el general que quería ser presidente

Lino César Oviedo Silva había nacido en la localidad de Juan de Mena, Departamento de Cordillera, el 23 de setiembre de 1943, hijo de un militar excombatiente de la Guerra del Chaco, el mayor Ernesto Oviedo. Pasó toda su infancia en un ámbito campesino y a los 14 años ingresó al Colegio Militar Mariscal Francisco Solano López.

Egresado como subteniente de Caballería el 31 de diciembre de 1962, ascendió a teniente coronel en 1981 y se convirtió en ayudante principal del general Andrés Rodríguez, quien comandaba el Primer Cuerpo de Ejército. Varias fuentes aseguran que incluso eran socios en negocios privados.

Oviedo permaneció con perfil bajo durante la dictadura de Stroessner, aunque trascendieron denuncias periodísticas por su presunta participación en tráfico ilegal, durante su permanencia al frente de un destacamento en Amambay, cuando ya era coronel. En la época también se lo acusó de intervenir en actos arbitrarios y represivos, robando madera de los bosques de una comunidad indígena en la región.

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El sociólogo e indigenista Oleg Visokolán rescató una denuncia formulada en 1986 por ilustres intelectuales como Adriano Irala Burgos, Line Bareiro, el sacerdote Wayne Robins, entre otros, que acusaban al entonces coronel Lino Oviedo de atropellar con militares una comunidad indígena Pai Tavyterá en Amambay, de torturar a sus líderes, deforestar sus bosques y robar toda su madera.

“Aquel fue uno de los más terribles abusos que se cometieron contra los pueblos indígenas en el Paraguay, durante la dictadura de Stroessner, y en su momento fue silenciado en la prensa local por la censura que había, pero tuvo mucha repercusión internacional y fue publicado en el suplemento antropológico de la Universidad Católica”, señala Visokolán, quien refirió que militares de la Caballería, dirigidos por el entonces coronel Lino Oviedo, atropellaron la comunidad indígena de Takuaguyogué, en Amambay, en agosto de 1986. Torturaron a sus líderes y robaron madera por valor de 325 mil millones de guaraníes.

Pero fue el golpe del 2 y 3 de febrero de 1989 el que lo sacó definitivamente de las sombras. El coronel Oviedo Silva, entonces comandante del RC3 “Coronel Mongelós”, dirigió el grupo comando que capturó al general Stroessner, tras un fuerte enfrentamiento a tiros en el Batallón Escolta Presidencial. La historia oficial es que Oviedo le exigió la rendición al dictador, amenazándolo con hacer explotar una granada de mano, y lo llevó preso a la sede de la Caballería, en Campo Grande, pero familiares de Stroessner niegan que sea real esta versión.

Su participación en el golpe le valió a Lino Oviedo el rápido ascenso a general de Brigada, en mayo de 1989. Enseguida asumió la comandancia de la Primera División de Caballería.

En 1991, Oviedo fue nombrado comandante del Primer Cuerpo de Ejército. En mayo de 1992 fue ascendido a general de División.

Convertido en uno de los jefes más poderosos de las Fuerzas Armadas, Oviedo empezó a intervenir directamente en cuestiones políticas, construyendo su propio liderazgo y potenciando además su poder económico.

El proyecto inicial apuntaba a lograr la reelección del general Andrés Rodríguez para las elecciones de 1993, pero ello fue imposibilitado por la nueva Constitución Nacional redactada en 1992.

Ante esta situación, Oviedo respaldó la candidatura del empresario Juan Carlos Wasmosy, del entorno de Rodríguez, para las internas coloradas de diciembre de 1992, tratando de evitar que resulte electo el influyente caudillo Luis María Argaña, quien se perfilaba como el favorito.

Wasmosy era el candidato y el general Oviedo era su principal operador político. A tal punto ejercía el poder, que cuando los primeros conteos de votos de las elecciones empezaron a dar como ganador a Argaña, Oviedo mandó suspender el conteo, secuestró las urnas, modificó los resultados y finalmente dio como ganador a Wasmosy. Este escandaloso robo electoral, que era “vox pópuli”, fue confirmado públicamente varios años después por el senador colorado Juan Carlos Galaverna.

A apenas tres días de asumir la presidencia, Wasmosy nombró comandante del Ejército a Lino Oviedo. El general pasó a ocupar abiertamente el rol de ser “el poder detrás del trono”. En ese proceso, la ciudadanía fue espectadora de episodios pintorescos, como la construcción de un “Linódromo” en las inmediaciones de la sede de la Caballería, en Campo Grande, un gran anfiteatro al aire libre donde, en febrero de 1996, organizó una mediática fiesta de carnaval, en la que altos jefes militares desfilaron disfrazados de pistoleros al estilo del legendario jefe mafioso Al Capone, y sus esposas como bailarinas de cabaret de la Chicago de los años 20. El cuadro fue objeto de burla en la prensa nacional e internacional.

El intento de golpe de abril del 96: antecedente del Marzo paraguayo

Las fricciones entre Oviedo y Wasmosy, aparentemente por diferencias más económicas que políticas, se volvían cada vez más evidentes, hasta que estallaron el 22 de abril de 1996, cuando luego de una violenta discusión en Palacio -presuntamente acerca de las empresas que se beneficiarían con la construcción de un segundo puente sobre el río Paraná-, Oviedo se acuarteló en la Caballería y exigió la renuncia de Wasmosy, amenazando con sacar los tanques a la calle.

El Paraguay vivió tres días de zozobra. Miles de ciudadanos -especialmente jóvenes- se congregaron en las Plazas del Congreso y se pintaron las caras con colores de la bandera, exigiendo cárcel para Oviedo.

Wasmosy se refugió una noche en la Embajada norteamericana y llegó a redactar su renuncia, pero al sentirse respaldado por la movilización ciudadana y la presión internacional, tras un primer intento de nombrar a Oviedo ministro de Defensa, finalmente se animó a pasarlo a retiro y a sacarlo del Gobierno, pero no se atrevió a procesarlo.

En la misma tarde del 25 de abril de 1996, en que fue pasado a retiro, Oviedo reunió a sus seguidores en el Linódromo, pronunció discursos con breves expresiones en alemán y en lengua indígena maká, y anunció que iniciaba como civil su carrera a la presidencia de la República.

Fundó un movimiento interno dentro del Partido Colorado, al que llamó Unión Nacional de Colorados Éticos (Unace), al que dos años después transformaría en partido propio, cambiando la palabra “colorados” por “ciudadanos”. Nacía el oviedismo como fenómeno político.

“El oviedismo atacó desde su nacimiento como grupo político todos los principios republicanos: los partidos políticos, las leyes, la independencia de la Justicia, el poder parlamentario, el mismo orden constitucional”, relata la historiadora Milda Rivarola, en su libro Escritos sobre el oviedismo, quien califica al fenómeno político como “un fascismo tardío”.

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Oviedo prometía seguridad contra la delincuencia y repartía algunos víveres y medicamentos entre la población más pobre, asegurando que él arreglaría todos los problemas del país cuando tuviera el poder absoluto.

Entre sus promesas más pintorescas, se recuerda que prometió que los campesinos entrarían descalzos al Palacio, y que cada paraguayo tendría como siete mujeres. Entre las más siniestras, aseguró que los periodistas y empresarios de prensa serian “alineados como velas” y que haría correr “ríos de sangre”.

“El oviedismo fue formando grupos armados ‘paramilitares’ con oficiales retirados de las Fuerzas Armadas y la Policía, encargados de organizar y encuadrar el movimiento político, de acciones de amedrentamiento contra los opositores a Oviedo, y finalmente de recaudación de fondos por medios delictivos”, sostiene Milda Rivarola.

Argaña y Oviedo: enemigos políticos, compartiendo el poder

Lino Oviedo y su compañero de fórmula, el ingeniero Raúl Cubas, se enfrentaron al caudillo Luis María Argaña y su segundo Nicanor Duarte Frutos, en las elecciones internas del Partido Colorado, en setiembre de 1997. Oviedo y Cubas resultaron los grandes ganadores.

El polémico exgeneral se convirtió en el gran favorito a ganar la presidencia de la República, en las elecciones generales de mayo de 1998. Estaba a un paso de cumplir su sueño de toda la vida.

Buscando sacar a Oviedo del juego político, Wasmosy hizo finalmente lo que no se había animado a hacer dos años antes: procesarlo ante la Justicia Militar, por el intento de golpe de abril de 1996.

El comandante en jefe firmó una orden de arresto contra Oviedo, quien al principio la desobedeció, pero finalmente acató y fue confinado en una guarnición militar, en plena campaña electoral, mientras duraba el proceso.

El 9 de mayo de 1998, un Tribunal Militar Extraordinario condenó a Oviedo a diez años de cárcel por el intento golpista de abril del 96. Sus abogados apelaron ante la Justicia, pero la Corte Suprema de Justicia confirmó la sentencia, inhabilitándolo como candidato presidencial.

Ante esta situación, su candidato a vicepresidente, Raúl Cubas, debió asumir su lugar como presidenciable, secundado por su adversario en las internas, Luis María Argaña.

Se usó un llamativo lema en la campaña: “Tu voto vale doble: Votá por Cubas, para que Oviedo salga en libertad”.

El 10 de mayo de 1988, Cubas y Argaña ganaron con el 54% de los votos, frente a la dupla de la alianza opositora conformada por Domingo Laíno y Carlos Filizzola.

En agosto de 1998, una de las primeras acciones de Raúl Cubas fue liberar a Lino Oviedo de la prisión, a través de un decreto, que llevó el número 117. La medida fue muy cuestionada y resistida, incluso por colaboradores del presidente. Su propio hermano, el capitán retirado Carlos Cubas, que había sido nombrado ministro de Industria, renunció a su cargo, ante lo que consideró “un grave error político” del mandatario.

Los miembros del Congreso, manejado por una mayoría de opositores al oviedismo, entre los que se encontraban los colorados argañistas, reaccionaron promoviendo ante la Corte Suprema de Justicia una acción de inconstitucionalidad.

Paralelamente, en la Cámara de Diputados se presentó un pedido de juicio político al presidente Raúl Cubas, pero en ese momento se sabía que no iba a correr, porque no se disponía de los dos tercios de votos necesarios.

La Corte Suprema de Justicia, primeramente, llamó la atención al presidente sobre las fallas de forma del Decreto 117 y en diciembre la calificó de “inconstitucional”, pero Cubas ignoró la calificación y Oviedo siguió libre, convirtiéndose nuevamente en “el poder real detrás del trono”. Para muchos analistas, desde ese momento se produjo una ruptura del orden constitucional.

Un nuevo Tribunal Militar Extraordinario, fabricado a medida del oviedismo, fue integrado por Cubas, en su carácter de comandante en jefe, que revisó el caso de Lino Oviedo, consideró que el anterior Tribunal había obrado incorrectamente y acabó exculpándolo de los cargos por el presunto intento de golpe de abril de 1996. La Corte Suprema respondió declarando inconstitucional las acciones del segundo Tribunal y afirmando que las sentencias del primer Tribunal seguían siendo válidas, por tanto Oviedo seguía condenado como golpista y debía estar preso.

Lino Oviedo continuaba en abierta campaña política, esta vez con miras a conquistar la presidencia del Partido Colorado, en las elecciones que debían realizarse en abril de 1999. Unas calcomanías con la leyenda “Oviedo 1999" aparecieron por todo el país, principalmente pegadas a los parabrisas de vehículos, y muchos interpretaron que era parte de una campaña para desalojar a Cubas del Gobierno y que el propio Oviedo asuma como presidente.

Oviedo organizó una fuerte campaña de movilizaciones de sus partidarios, buscando desacreditar a los ministros de la Corte que habían firmado la sentencia que declaró inconstitucional su liberación, y en un segundo término, contra los parlamentarios que pedían el juicio político de Cubas Grau, llegando a que sus seguidores reclamen abiertamente la disolución del Congreso.

Diciembre de 1998 fue un mes particularmente violento en discursos y acciones políticas. El 3 de diciembre, senadores y diputados oviedistas entregaron al presidente Cubas un comunicado en el que exigían la renuncia de los ministro de la Corte Suprema de Justicia que declararon inconstitucional el decreto de liberación de Oviedo, amenazando con hacerles un juicio político.

El 22 de diciembre, los oviedistas realizaron una manifestación frente al Palacio de Justicia, que estuvo signado por la violencia. Los seguidores de Oviedo no eran muchos, pero eran sumamente agresivos, arrojaban todo tipo de objetos y explotaban petardos contra la sede del Poder Judicial. En esas circunstancias, hirieron con una pedrada en el rostro al arzobispo emérito de Asunción, monseñor Ismael Rolón, en momentos en que el mismo salía del edificio, luego de recibir una condecoración por su lucha en defensa de los derechos humanos durante la dictadura. El incidente causó mucha conmoción, por afectar a una de las personalidades más admiradas y respetadas de la sociedad paraguaya.

El clima político empezó a volverse más violento. “Las amenazas de muerte a senadores, diputados y ministros de la Corte, expresadas por Oviedo y sus seguidores, dieron paso a las acciones terroristas de comandos paramilitares. Hubo múltiples atentados con armas de fuego o granadas contra las residencias de expresidentes de la República, parlamentarios y dirigentes políticos”, recuerda Milda Rivarola.

Hasta que, el 23 de marzo de 1999, Argaña era asesinado en las calles de Asunción, provocando una reacción popular sin precedentes, que luego desencadenaría la masacre de jóvenes manifestantes en la plaza del Congreso y la caída del Gobierno de Raúl Cubas y del general Lino Oviedo.

Justicia a medias: Lo que se hizo y no se hizo sobre el caso Argaña

La investigación sobre el asesinato de Argaña adquirió desde el principio un fuerte tinte político, que echó sombras sobre la eficacia de la Justicia.

La aparición de un testigo falso, Gumercindo Aguilar, que incriminó a diversas personas sin muchos fundamentos, arrastró el caso hacia un pantanal jurídico.

Pero aparecieron pruebas más sólidas. El hallazgo de Héctor Rudi Monges, el vendedor del auto Fiat Tempra usado por los sicarios, permitió dar con el comprador, Costantino Rodas.

La comprobación de las llamadas hechas desde su teléfono celular, a los pocos minutos del asesinato de Argaña, permitió conectar con otros sospechosos: Pablo Vera Esteche, Luis Rojas, Fidencio Vega y el mayor Reinaldo Servín, conocido dirigente oviedista, quien también se comunicó con el dirigente Víctor Galeano Perrone y el líder máximo de Unace, Lino Oviedo.

Como autores materiales, Rodas, Rojas y Servín fueron condenados a 25 años de cárcel, y Vera Esteche a 22.

Lino Oviedo fue investigado como sospechoso de ser uno de los autores morales. Tras meses de permanecer prófugo, el 12 de junio de 2000, Oviedo fue capturado en Foz de Yguazú, Brasil, donde presuntamente se movía con un disfraz. Apelando a la Justicia brasileña, obtuvo la condición de asilado.

El 28 de junio de 2004, Oviedo retornó al Paraguay y decidió someterse por propia voluntad a la Justicia, para enfrentar los cargos acumulados en contra suya, tanto los del intento de golpe del 96 como por las muertes del Marzo Paraguayo. Fue detenido y trasladado a la prisión militar en Viñas Cué, en las afueras de Asunción.

El 23 de julio de 2007, Oviedo logró que un recurso de hábeas corpus sea admitido ante la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia paraguaya, y obtuvo su libertad provisional en el proceso por el asesinato de Argaña.

Otro hábeas corpus fue admitido en julio de 2007, logrando su libertad provisional en el proceso por la masacre de jóvenes del Marzo Paraguayo. En este caso, los abogados de Oviedo pretenden cobrar las costas del proceso a los familiares de las víctimas, unos 785 millones de guaraníes. Los familiares de las víctimas del Marzo Paraguayo sostienen que la Justicia cedió a los lazos de corrupción que protegen a Oviedo y sus seguidores, favoreciendo la impunidad.

Lino Oviedo falleció trágicamente en la noche del 2 de febrero de 2013, cuando regresaba a la Capital de una gira proselitista por la zona de Concepción. El helicóptero Robinson 44 que lo transportaba, en compañía del piloto y su guardaespaldas, se precipitó a tierra, produciendo la muerte de los tres tripulantes.

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