Es muy interesante lo que se puede aprender en vacaciones y, como adultos, enseñar, señalar, es decir, dar a conocer o reconocer como huellas de la realidad en nuestra conciencia y en la de nuestros allegados.
Las salidas con los niños, por ejemplo, nos depara una fórmula enriquecida para aprender a compartir, a tolerar lo que nos incomoda, a saber esperar el turno; se trata de la convivencia con los seres más justos del mundo, como lo son los pequeños del clan.
En casa, viendo la tele, se hace obligatorio elegir, seleccionar, dar razones de nuestras simpatías... unos actos de la razón que con el tiempo servirán mucho en un mundo que ofrece demasiado consumo de chatarra en todos los órdenes.
De vacaciones o no, los horarios son importantes porque implican un sentido de respeto hacia el resto de la humanidad, sobre todo con los que hacen planes con nosotros.
Y en medio de una y otra actividad, siempre queda el riesgo de la distracción, de reducirlo todo al “cuánto es”, a la materialidad de las relaciones.
O quizás tengamos el privilegio de despertar del letargo de la rutina, observar con más detenimiento cómo han crecido nuestros seres queridos, cómo reaccionan ante los estímulos, cómo enfrentan su destino.
Las vacaciones, si hay contacto humano, si hay sinceridad, siempre son un tiempo de ternura y de crecimiento.
Y, aunque las películas no nos lo cuenten así, también en vacaciones hay gente que enferma y hasta parte de este mundo, como es el caso de dos amigos que fallecieron en estos días.
Es un tiempo en el que no deberíamos huir, sino aprovechar más la realidad, el encuentro, la cercanía para avanzar en nuestro camino.
Por qué no plantearse en este tiempo las preguntas que en el resto del año reprimimos o evadimos sobre el sentido de las cosas.
Los creyentes tenemos la experiencia de la fe. Es muy interesante ahondar en ella y considerar este factor esencial a la hora de planificar las actividades y de encarar cada detalle a vivir en las vacaciones.
Nada debería estar descartado, ni la lectura ni la música ni el deporte para intercambiar nuestras impresiones acerca del sentido de todo lo vivido.
De lo contrario, las vacaciones se pueden volver simple alienación, o incómoda y onerosa lista de expectativas imposibles de satisfacer por completo. Una fuente de estrés que no le conviene a nadie.