Dos internos que fungen de guardias no permiten la entrada de extraños. Al advertir la llegada de un equipo de ÚH, abren la puerta que da acceso al lugar, que ha transformado su aspecto lúgubre en un sitio iluminado y limpio. En este espacio funciona el taller que se tornó en principal fuente de trabajo para cuarenta reos, que forman parte de un programa especial ideado por el sistema penitenciario.
“Hace dos años que empezamos a acondicionar el lugar y yo me vine acá. Desde que estoy, aprendí mucho estando acá; queremos demostrar a la gente que se puede cambiar, salir adelante e incluso ayudar a nuestras familias”, comenta Gustavo Lezcano, sin dejar de manipular la máquina de coser, dando los últimos retoques a un short de jean made in Tacumbú, fabricado por las manos de los reclusos. En este lugar, que antes era un antro del terror, ahora se producen al mes alrededor de 3.000 prendas de vaquero, entre pantalones cortos y largos, para damas y caballeros.
Lezcano, que está condenado a 25 años de prisión en el caso del secuestro de Cecilia Cubas, expresa orgulloso que con el oficio que aprendió no solo logra solventarse él, sino que ayuda a su esposa y a sus dos hijos. “Yo no tenía noción de lo que era costura, porque me dedicaba a la lavandería; hoy manejo la costura a la perfección. Si es que hacemos una buena producción, podemos llegar a ganar 250.000 guaraníes semanales, que acá en la cárcel ya es mucho dinero”, añade.
organización. Gustavo es el coordinador de la Comunidad de Trabajadores de Tacumbú, un programa que se inició por iniciativa de los propios reclusos, para mejorar la calidad de vida de los mismos. Los cuarenta miembros del programa viven en el sótano y trabajan en distintas especialidades: algunos se dedican a la marroquinería, otros a la confección de prendas y al forrado de termos.
El coordinador tiene otros cuatro compañeros que le ayudan con la organización interna. Uno de ellos es Gustavo Fraser Gamarra, administrador del sótano, que se encarga junto a sus compañeros, de velar por la disciplina y el buen trato entre ellos.
“Era un lugar desastroso que lo fuimos acondicionando de a poco, a base de mucho esfuerzo”, explica el hombre, que asegura que los que trabajan y viven en el programa tienen prohibido el consumo de cualquier tipo de drogas, el robo entre compañeros y otro tipo de violencia en el lugar. Para ello, diseñaron normas de control que, dependiendo de la gravedad de la situación, puede llegar a la expulsión.