Debemos despertar con frecuencia en nuestro corazón el dolor de amor por nuestros pecados; sobre todo al hacer el examen de conciencia al acabar el día, y al preparar la Confesión.
“A ti que te desmoralizas, te repetiré una cosa muy consoladora: al que hace lo que puede, Dios no le niega su gracia. Nuestro Señor es Padre, y si un hijo le dice en la quietud de su corazón: ‘Padre mío del cielo, aquí estoy yo, ayúdame...’. Si acude a la Madre de Dios, que es Madre nuestra, sale adelante”.
El papa Francisco, a propósito del Evangelio de hoy, dijo: “El Cenáculo nos recuerda la despedida del Maestro y la promesa de volver a encontrarse con sus amigos. “Cuando vaya…, volveré y les llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedes”. Jesús no nos deja, no nos abandona nunca, nos precede en la casa del Padre y allá nos quiere llevar con él.
Pero el Cenáculo recuerda también la mezquindad, la curiosidad –“¿Quién es el traidor?”–, la traición. Y cualquiera de nosotros, y no solo siempre los demás, puede encarnar estas actitudes, cuando miramos con suficiencia al hermano, lo juzgamos; cuando traicionamos a Jesús con nuestros pecados.
El Cenáculo nos recuerda la comunión, la fraternidad, la armonía, la paz entre nosotros. ¡Cuánto amor, cuánto bien ha brotado del Cenáculo! ¡Cuánta caridad ha salido de aquí, como un río de su fuente, que al principio es un arroyo y después crece y se hace grande… Todos los santos han bebido de aquí; el gran río de la santidad de la Iglesia siempre encuentra su origen aquí, siempre de nuevo, del Corazón de Cristo, de la Eucaristía, de su Espíritu Santo.
El Cenáculo, finalmente, nos recuerda el nacimiento de la nueva familia, la Iglesia, nuestra santa madre Iglesia jerárquica, constituida por Cristo resucitado»”.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y http://www.es.catholic.net/op/articulos/14466/cat/565/les-aseguro-que-uno-de-ustedes-me-entregara.html).