Dos adolescentes, de aproximadamente 15 años de edad, se lanzaron ayer desde el medio del Puente de la Amistad, en Ciudad del Este. Las razones se desconocen, y las especulaciones son numerosas. Pero, más allá de las motivaciones, sentimentales, económicas o de otro tipo, hablamos de una tragedia, una que termina con una vida –única e irrepetible– y enluta y llena de dolor no solo a la familia, sino también a toda la sociedad, porque cada uno tiene mucho que aportar.
Según las estadísticas, más de 140 personas se autoeliminaron en lo que va del año en el país, una cifra alarmante, pero además una señal que no puede quedar como mera estadística, pues no son números, son personas.
Tratar un hecho así, desde cualquier ámbito o perspectiva, requiere de criterio y serenidad. No conviene negar su existencia o descartar hablar de ello, cuando amerita y de la manera adecuada.
A la prensa, por ejemplo, le corresponde no caer en el facilismo del morbo y el sensacionalismo lucrativo, dejando de lado la complejidad del suceso y sus implicancias, el impacto de las publicaciones, el dolor de los familiares, etc.
Para la ciudadanía el desafío es evitar el juicio superficial y banal, cerrando el caso con calificativos emotivos o prejuiciosos, mientras que para el Estado es el de facilitar los servicios profesionales respectivos y gratuitos, además de invertir en el fortalecimiento de las familias y la calidad de vida de la gente.
Sin embargo, el reto principal parece apuntar hacia los padres. Estos hechos son una provocación a una mayor atención y dedicación a los hijos, incluso en detrimento de lo económico –con menos horas de trabajo o dejando el empleo de uno de ellos–, si la situación así lo exige. Hay soledades y frustraciones que solo se perciben con el compartir atento; dolores reservados al diálogo constante o la mirada firme pero amorosa.
El hombre de nuestro tiempo, y más aún el joven marcado por las redes sociales, vive saturado con esquemas e imágenes de éxito y satisfacciones en código consumista, que no responden finalmente a las exigencias existenciales, y que los suelen arrastrar hacia un callejón sin salida: el de la soledad y la depresión.
Hay mucha desesperanza entre nosotros, maquillada en divertidas fotografías de Facebook. Un grito silencioso que necesitamos atender en un sociedad con fuertes componentes de deshumanización, en donde la alternativa a la tragedia es siempre el rostro de un semejante; de uno capaz de abrazar el drama que se vive y vencer esa “pinza macabra” de la desesperanza y la desesperación que es el suicidio.