“Sobreproteger a un hijo es ir más allá de cubrir y satisfacer sus necesidades y cuidados básicos. Es pensar y tomar decisiones por el hijo, solucionar todos sus problemas. Es decir, es vivir por él, cuando en esencia, es una persona que debe desarrollar sus propias capacidades personales si quiere funcionar correctamente en la vida”, advierte la profesional.
La especialista en terapia familiar señala que actualmente existe un mayor temor de los padres a fallar en la educación de los hijos debido a no saber dónde se encuentra esa delgada línea que separa lo que está permitido y lo que no.
“Esto genera mucha presión en muchos padres que a consecuencia actúan de manera poco favorable en la educación de sus sucesores, bajo el falso temor de que se frustren en este mundo que avanza sin piedad. Se da con mucha más fuerza en las mujeres que también ejercen el rol de padres ante la ausencia de la figura paterna”, indica.
CONSECUENCIAS. Amarilla afirma que existe una alta probabilidad de que una crianza de excesiva permisividad o sobreprotección de los padres “culpógenos” lleve a que los niños desarrollen actitudes caprichosas, egoístas y centradas en su satisfacción personal.
“Cuando los niños y jóvenes no tienen claros los límites tienden a tener actitudes de inmadurez, poca tolerancia y baja resistencia a la frustración. Se corre el riesgo de que se conviertan en personas caóticas que chocan consigo mismas y con su entorno social. Siempre estarán explorando hasta dónde pueden llegar y lo más probable es que sin ayuda no logren convertirse en adultos capaces y responsables”, sentencia Amarilla.