Es necesario que reflexionemos y hagamos nuestro lo que es estar enfermo o impedido en muchas cosas por la edad. Y, esto por nuestros compañeros enfermos y por nosotros mismos, cuando un día estemos así.
He leído tres pensamientos sobre esto.
Primero: La enfermedad rompe nuestra seguridad y nos lleva a apoyarnos en algo o alguien más fuerte.
Segundo: En la enfermedad repasamos el pasado y nos reconciliamos con nosotros mismos.
Tercero: Con la enfermedad vemos la vida con nuevos ojos.
Curiosamente, las tres cosas son tres bienes que debiéramos de haber adquirido a medida que íbamos creciendo en los años. Pero no lo hicimos. ¿Por qué?
Y aquí habría que hacer un estudio profundo del sentido y de la realidad de la vida moderna, en la cual, con sus bienes y males, estamos insertos. Y esto ni lo hacemos ni nadie nos ayuda a hacerlo. Simplemente vivimos, millonarios en días (creyendo que estos nunca se van a acabar) y derrochándolos sin pensar demasiado.
Lo que escribo ahora es el karaku de todo.
Ese compañero enfermo, en su enfermedad, es maestro en estos tres temas.
Se siente poca cosa y acepta feliz ayuda de toda clase, porque ahora se ve necesitado de ella. Se ha reconciliado consigo y con Dios. Y nos puede enseñar mucho de la vida a la que ve cómo un tesoro.
Tiene ese carpe diem, bien entendido, que le hace (en medio de todos los dolores), soñar en futuro.
Cuando visitemos a un compañero enfermo, vayamos a aprender todo esto de él partiendo de lo que nosotros ni entendemos ni practicamos.
Y en ese diálogo procuremos ayudarlo.
Tal vez también descubramos que él necesita de nosotros.