El Señor sale a contratar obreros para su viña a horas muy diversas y en situaciones distintas.
Cualquier hora, cualquier momento es bueno para el apostolado, para llevar obreros a la viña del Señor, para que sean útiles y den frutos. Dios llama a cada uno de acuerdo con sus circunstancias personales, con su modo de ser peculiar, con sus defectos y también con la capacidad de nuevas virtudes.
Algunos de los contratados a la viña protestaron a la hora de recibir el salario. Sin razón, pues se le dio a cada uno lo que se había ajustado con él: un denario. No comprendieron que servir al Señor es ya un honor inmerecido.
Trabajar para Cristo es reinar, y motivo de acción de gracias por haber sido llamados de la plaza pública a la propiedad de Dios.
A propósito del Evangelio de hoy, el Papa Francisco dijo: “La parábola, sin embargo, nos habla de otra figura, de los que quieren tomar posesión de la viña y han perdido la relación con el Dueño de la viña. Un Dueño que nos ha llamado con amor, nos protege, pero luego nos da la libertad. Estas personas sienten que son fuertes, se sienten autónomos ante Dios.
Estos, lentamente, se mueven en esa autonomía, la autonomía en su relación con Dios: “No necesitamos de aquel Dueño, ¡Que no venga a molestarnos!” Y seguimos adelante con esto. ¡Estos son los corruptos! Los que eran pecadores como todos nosotros, pero que han dado un paso hacia adelante, como si se hubieran consolidado en su pecado: ¡no necesitan a Dios! Esto parece, porque en su código genético tienen esta relación con Dios. Y como aquello no se puede negar, hacen un dios especial: ellos mismos son dios. Son corruptos.
Esto es un peligro también para nosotros. En las comunidades cristianas los corruptos solo piensan en su propio grupo”.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y http://es.catholic.net/op/articulos/49034/cat/347/parabola-de-los-vinadores-infieles.html)