El año 2015 es el segundo en que este Gobierno cuenta con un Presupuesto realizado en función de su programa de gobierno. El Presupuesto del año 2013 fue en parte elaborado por las autoridades anteriores, por lo que podría suponerse que no respondía cabalmente al plan de gobierno del presidente Horacio Cartes.
Desde esta perspectiva, la gestión de este año ya no tiene como excusa no contar con los recursos ni mucho menos no tener claro el rumbo a tomar en temas claves para la ciudadanía. El 2015 será estratégico para que el Gobierno de Cartes demuestre a la sociedad su capacidad en el ejercicio del poder y los objetivos del desarrollo. No hay pretextos para no mostrar resultados.
Pero, por otro lado, la ciudadanía ya empieza a mostrar impaciencia frente a la falta de resultados, lo cual conspira contra una gestión eficiente. Si no hay planes y programas con objetivos claros, y a la hora de negociar el Gobierno termina ofreciendo respuestas coyunturales, que más que contribuir a mejorar la situación, da la sensación de un gran vacío de liderazgo que solo puede desarticular conflictos con soluciones fáciles y populistas.
El año electoral será un factor negativo que atentará contra cualquier gestión racional. No hay que olvidar que el déficit fiscal que actualmente estamos enfrentando tuvo origen en las expectativas del partido de Gobierno de ese momento –el PLRA– de ganar las elecciones en 2013.
Ya en el transcurso de la elaboración del Presupuesto 2015, los gobernadores y diputados dieron suficientes muestras de su interés particular por aumentar el gasto en las gobernaciones frente a la proximidad de las elecciones municipales. No hace falta señalar que este interés está sustentado en la cultura clientelista como forma de hacer política y no en una cultura que priorice el interés general y los derechos ciudadanos.
El flamante ministro de Hacienda, Santiago Peña, deberá enfrentar la demanda ciudadana largamente postergada, frente a la presión de los políticos por expandir el gasto público para satisfacer sus promesas particulares. Todo esto en el marco de fuertes restricciones presupuestarias, peligro de mayor endeudamiento y la negativa de recaudar más impuestos de quienes más se benefician del crecimiento económico.
Las perspectivas económicas tampoco parecen muy alentadoras, dada la expectativa de disminución de las proyecciones de crecimiento del PIB, tanto a nivel nacional como internacional. Esta situación afectará las recaudaciones tributarias y los ingresos privados, generando mayor presión sobre las finanzas públicas.
En definitiva, no será un año fácil para el Ministerio de Hacienda. Esperemos que su máxima autoridad sea capaz de enfrentar estos desafíos técnicos y políticos con la solvencia que su alta posición requiere.